viernes, 12 de julio de 2013

Popper y el principio de Petter

Karl Popper fue uno de los filósofos de la ciencia más importantes del s.XX. En una de sus obras principales, “La sociedad abierta y sus enemigos”, este teórico del liberalismo político intenta explicar la lenta transición desde una sociedad tribal o cerrada a las sociedades abiertas y civilizadas. La obra es un ataque a todas las formas de totalitarismo y una defensa de las democracias liberales. En el centro de esta crítica, se encuentra la filosofía de Platón, a la que Popper considera el origen del pensamiento que más tarde daría lugar a los totalitarismos contemporáneos. Hay en Platón una férrea negación del individuo y una defensa del colectivismo basada en la estabilidad y el poder del Estado. A lo largo de su pensamiento, Platón trata de responder a la pregunta “¿quién debe gobernar?”. Este planteamiento supone que el poder político es incontrolable y lo que hay que hacer es esperar a que llegue o se imponga aquel que puede salvarnos del caos. Pero para Popper, el punto de partida a considerar, es que los políticos no siempre son buenos. Es erróneo basar nuestra política en que tendremos gobernantes mejores y más capacitados. Por ello, la pregunta sensata sería: "¿En qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño?".

Para Popper, los mecanismos democráticos (voto, legalidad, gobierno representativo) son, en realidad, instrumentos para evitar la tiranía. Sin embargo, en países democráticos como España, se ha demostrado que dichos instrumentos parecen no ser suficientes. En los últimos años son precisamente, los costes creados por los errores de las decisiones de los políticos, los que han llevado al país al borde de la  quiebra. Por ello, son necesarios nuevos mecanismos de control al Estado para evitar estos errores. De entre las muchas opciones, una posible solución es limitar o establecer condiciones para acceder a ciertos cargos gubernamentales. En momentos como este, la ciudadanía se hace eco de la necesidad de estar gobernados por especialistas con un conocimiento específico sobre su campo de actuación. De ahí, que el objetivo de esta medida sea conseguir gobernantes preparados y capacitados que minimicen los costes de los errores políticos. Resulta pues, paradójico, que en plena defensa liberal de más control al poder político, como la que hace Popper, estemos buscando precisamente a los nuevos sabios platónicos. Es en esta aporía en la que nos vamos a mover conscientemente.

Hasta hace unos años, la mayoría de los ciudadanos no percibían a los políticos como un problema. Las cosas parecían funcionar con una inercia que la incapacidad de nuestros políticos parecía no alterar. En teoría, las personas que ocupan los altos cargos son los más preparados. Lamentablemente, en países como España se ha creado un problema de selección adversa en el que justamente los menos capacitados son los que ocupan los puestos de mayor exigencia. Hay cientos de ejemplos de políticos incompetentes que no están lo suficientemente preparados para desempeñar su cargo. Probablemente uno de los casos más estrepitosos es el de José Blanco, ministro de Fomento y portavoz del Gobierno en la era Zapatero. Veamos, ¿qué estudió Blanco para poder ser ministro?. Bachillerato. Ya está. Y, sin embargo, este señor sin estudios universitarios era el encargado, nada más y nada menos, de liderar la gestión de los servicios de infraestructuras de transporte, de acceso a la vivienda, de edificación,… entre otros. ¿De verdad hay alguien que piense que con sólo Bachillerato este señor estaba capacitado para un puesto tan complicado y fundamental?. ¿Qué ventajas de gestión podía encontrar nuestro ex-presidente en esta elección?. Probablemente la de tener cerca a alguien que le había ayudado activamente a lograr el poder, alguien que controlaba con mano firme la disidencia dentro del partido, o que había apartado a la "vieja guardia" de todos los espacios de influencia. Valores todos muy alejados de la dura tarea de gestión que le fue encomendada.



Pero, tristemente en el Partido Popular también tienen una amplia colección de políticos incompetentes. El caso más claro es el de Francisco Camps, hasta hace poco presidente de la Comunidad Valenciana. Este “ilustre” político estudió Derecho en su juventud. Parece que unos estudios superiores tampoco son, por si mismos, una seguridad para la buena gestión. A base de grandes eventos y construcciones megalómanas, fue capaz de cuadriplicar la deuda superando los 20.000 millones y casi sin inmutarse. Llevó a su comunidad a la ruina más absoluta sin percatarse  siquiera de la tragedia que había generado. Seguramente, al igual que Zapatero, pensaría ingenuamente que la economía se estudiaba en dos tardes… La cuestión es: ¿había alguien capaz de poner coto a ese dispendio, de enfrentarse al “Molt Honorable” y advertirle que no podía seguir gastando de esa manera?. ¿Algún ministro o asesor de Zapatero tuvo la valentía de persuadir a Zapatero para que no siguiera dándole la espalda a la realidad y negando la crisis?. No, todos callaron, bajaron las orejas y obedecieron fielmente sin rechistar. Aún se recuerda lo que le dijo Zapatero a Solbes (exministro de Economía) cuando éste le advirtió de la urgencia de reducir gastos: “No me digas que no hay dinero para hacer política”. Y eso mismo hizo Solbes. Nadie cuestiona al líder porque son elegidos precisamente para ello.

Si la ciudadanía todos estos años pensaba que políticos como estos estaban capacitados para sus puestos es precisamente porque éstos les manipulaban mediante su dominio del discurso, y la manipulación en los medios de comunicación. Se trata de auténticos sofistas capaces de justificar lo injustificable, de hablar sin decir nada, de contestar a preguntas sin responderlas. Cavernícolas intelectuales sin Ideas y sin un sólo ápice de respeto y cariño hacia el pueblo. Políticos que se quedaron en los primeros pasos del proceso dialéctico y que por saber, no saben ni lo que éste significa.

Llega el momento entonces de preguntarse de dónde vienen nuestros políticos hoy en día, ¿cómo logra acceder a la política toda esta maraña intelectual?. En su mayoría, todos ascienden desde las juventudes y fundaciones de sus respectivos partidos políticos. Por tanto, para llegar a la política ya existe un filtro ideológico y partidista. Estas academias del nuevo sofismo funcionan de una manera parecida a los mercados internos. Inicialmente, los jóvenes políticos ocupan los cargos más bajos y, poco a poco, van ascendiendo a medida que aprenden a dominar y manipular el discurso y a ganarse a sus superiores. En esta escalada, acaban ocupando cargos gubernamentales sin importar su formación académica.



Este proceso de “dialéctico” choca de frente con el principio de Peter. Este principio establece que en una empresa, todos los trabajadores ascienden hasta un punto en el que son incompetentes. Que una persona sea buena en un puesto de trabajo, no garantiza que sea buena en otro. Lo mismo ocurre en  la política. Como se ha mencionado anteriormente, los políticos ascienden desde las fundaciones de los partidos hasta los altos cargos, como la secretaría de un grupo parlamentario o, incluso, una cartera ministerial. En este ascenso, llega un punto en el que los políticos son incompetentes y sus errores generan muchos costes evitables. Por ello, la clave reside entonces,  en limitar el acceso a los niveles donde los políticos alcanzan el grado de incompetencia.

Para clarificar mejor esto, tomemos un ejemplo: la ministra de Sanidad, Ana Mato. Esta mujer estudió Ciencias Políticas y Sociología en la universidad. Desde muy joven se afilió junto con su hermano en el Partido Popular (Alianza Popular por aquel entonces). Supo ganarse la confianza y la amistad de sus superiores y fue ascendiendo poco a poco sin importar en ningún momento sus capacidades intelectuales y su preparación académica. Aprovechó así, su matrimonio con el político Jesús Sepúlveda para hacerse un hueco en la cúpula del partido. En su trayectoria política ha ocupado numerosos cargos como diputada del PP hasta que en 2012 Mariano Rajoy la nombró Ministra de Sanidad. Es en este momento en el que el Peter entra en acción. Según este principio, probablemente Ana Mato sea una persona esté lo suficientemente capacitada como para ejercer de  diputado o parlamentario, pero en ningún caso puede ser competente como Ministra de Sanidad. Ser ministro de algo tan fundamental como la Sanidad requiere una formación en gestión sanitaria y una larga experiencia en el sector. La señora Ana Mato no ha estudiado nada relacionado con gestión sanitaria y tiene cero experiencia en este campo. ¿Cómo podemos pretender que esta mujer realiza la reforma sanitaria que tanto necesita España?. ¿Qué clase de presidente del gobierno delega en plena crisis un ministerio tan importante a alguien tan poco preparado para él como la señora Mato?. ¿Estaba en ese momento el señor Rajoy pensando verdaderamente en la Sanidad o en sus amistades dentro del partido?. Por estos motivos, debemos limitar el acceso a los cargos en los que los políticos como la señora Ana Mato alcanzan su nivel de incompetencia.

Resulta curioso que en otros países como Estados Unidos o Alemania este problema de selección adversa en la política no existe, es impensable. No comprenderían por qué no son los más capacitados los que desempeñan una función. Les parece irracional lo que ocurre en España y es que, en cierto modo, lo es. Allí, a diferencia que aquí, sí que existe una cultura y una tradición de búsqueda de la excelencia, de seleccionar al mejor, al profesional, al tecnócrata. Lo importante no es la ideología o el partido del se proceda, sino la formación y experiencia. He aquí la gran diferencia. En España los partidos se han convertido en centros de poder, espacios donde alcanzar el éxito personal sin importar la formación ni los méritos reunidos. La clave no sólo reside en la ideología, sino en saber ganarte de la confianza de tus superiores y adquirir la ciencia de medrar y conspirar dentro del partido. De esta manera, y como si de una epidemia se tratara, el enchufismo se ha extendido y ha contaminado todas y cada una de las instituciones. Ya no se premia a las personas espabiladas con experiencia, capacidad crítica e inteligencia, sino a aquellos que se callan y sólo están para alabar y acatar las decisiones de sus superiores. Se ha perdido la búsqueda de la excelencia y se ha dado paso a la obediencia ciega como si de vasallos se tratase. Ello ha permitido que la partitocracia haya creado una red caciquil de contactos e intereses que ha producido una degradación enfermiza del Estado. De ahí que una de las opciones para eliminarla sea precisamente acabando con una de sus herramientas principales: la dedocracia.



Entonces, si los políticos que tenemos hoy en día no son competentes para su puesto, ¿cómo son capaces de gobernar y sacar leyes adelante?. Porque no están solos. Por cada político con un cargo que desconoce, tenemos que sumar el enorme gasto en asesores que en su mayoría sí tienen un conocimiento específico sobre dicha área. Decimos “en su mayoría” porque hay numerosos ejemplos en los que los propios asesores son aún más ineptos que los políticos a los que aconsejan. Se trata de cargos de confianza elegidos a dedo cuya elección suele ser víctima también del enchufismo. Se estima que en España hay entre 15.000 y 17.000 asesores políticos que cuestan aproximadamente 850 millones de euros. Realmente, son ellos los que gobiernan y toman las decisiones importantes en muchos casos, como los de la ministra Mato o el ex ministro Blanco. Por tanto, ¿para qué sirve el político?, ¿para qué queremos a alguien que no gobierna y que simplemente se dedica a dar voz a las decisiones de sus asesores?.

Si bien es cierto que nuestra búsqueda del gobernante sabio se presenta como imprescindible, no podemos caer en el optimismo intelectualista. Nada garantiza que el técnico no se corrompa y que no se aproveche de su poder. Por ello, como bien defiende Popper, la sociedad debe tener mecanismos democráticos para expulsar a los corruptos y controlar a los políticos. Algunos de esos mecanismos podrían ser la independencia de las instituciones y del poder judicial, leyes anticorrupción y de transparencia,… El objetivo sería cortarle los tentáculos a la oligarquía de partidos, acabar con ella y poner de una vez por todas, el poder  político al servicio de la ciudadanía.

Para acabar, es necesario aclarar que las restricciones o condiciones para a acceder a ciertos cargos políticos se deben aplicar sólo en aquellos casos no elegidos democráticamente y en los que se requiera una técnica y un conocimiento específico, como una cartera ministerial o una consejería. En cambio, en los cargos con un carácter político y elegidos democráticamente, estas restricciones no se aplicarían ya que así se garantiza el libre acceso de la ciudadanos a la política. Es el caso, por ejemplo, de los parlamentarios y de los diputados. A pesar de esto, muchos podrían calificar esta medida de antidemocrática. No se darían cuenta entonces, de que precisamente esta medida no busca el fin de la democracia, sino el mejor funcionamiento de sus instituciones. Al fin y al cabo, sólo se aplicaría a los cargos que los ciudadanos no eligen. Ahora bien, pregúntense lo siguiente. ¿Se imaginan ser operados un médico que no ha estudiado medicina?, ¿entrarían en un edificio que no ha sido diseñado por un arquitecto profesional?, ¿subirían en un avión pilotado por alguien que no entiende de aviones?, ¿a que no?. Sería irracional y muy arriesgado. Entonces, ¿por qué estamos gobernados por políticos ineptos que no conocen su puesto de trabajo?, ¿sería ilógico pedir un mínimo de formación para aquellos que sustentan cargos de tanta responsabilidad?. En resumen, la idea de todo esto es encontrar tecnócratas y profesionales que hayan completado el proceso dialéctico. Políticos con Ideas e inteligencia moral que más que ascender, deben descender para devolverle al pueblo lo que éste le dio en su día (el político de Platón descendía del Mundo de las Ideas a la Caverna para gobernar al pueblo y mostrarles lo que ha visto y aprendido). En esta aporía, mediante el gobernante platónico, estaríamos dando a la ciudadanía justamente las garantías que Popper reclama para minimizar los daños causados por el poder político y por el Estado.