Siempre me ha gustado ir a los aeropuertos. Me siento un auténtico viajero, con mi pasaporte, mi DNI y mis papeles. Cuando ves todas las diferentes puertas de embarque, los registros, la gente,... te sientes internacional. Tantos lugares a los que ir, tantos lugares que visitar. Es entonces, cuando, después de ver ese lugar en contacto con el mundo; ves tu puerta, tu avión, tu destino. Caminas seguro y directo. Entras y te sientas. La ventana es tu centro de atención. Poco a poco, el avión se va moviendo con mayor velocidad y de repente te elevas. Cada vez lo ves todo más pequeño. Al estar ahí arriba te sientes especial, poderoso e único. Ves como el paisaje se sucede y las vistas cambian. Es lo más parecido a mirar un mapa.
Al ver todo el paisaje, el aeropuerto, la gente,... te sientes un viajero, en contacto con el resto del mundo, te sientes internacinal. Pero, después de dos horas de avión, estás apartado de todo. Ahí arriba en las nubes, viendo cómo se pone el Sol. Los demás están ahí abajo, y nisiquieras los puedes ver. Estás tú solo ahí arriba. Eres el viajero internacional, el que forma parte del mundo pero que está apartado de él. Tú solo, de cara al Sol que se esconde detrás de las nubes trazando el contorno de éstas. Es su forma de despedirse de tí. Semejante escena da lugar a un sin fin de pensamientos profundos y emotivos,... Entonces, empiezas a bajar de las nubes y a hundirte en el paisaje. Aterrizas. Sales y vuelves a casa con aire distinto. Lástima que nada haya cambiado. La gente sigue igual y no muestra ningún signo de madurez, es más, se ha vuelto aún más estúpida.; y tus problemas siguen ahí, sin ninguna solución de momento. El único que ha cambiado su punto de vista eres tú. Es ahora cuando toca adaptarse otra vez. Pero, ¿de verdad estoy dispuesto?
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